jueves, 23 de septiembre de 2010

La luz de la oscuridad: en defensa de la vida de Aleister Crowley


Nuestra sociedad se ha encargado de clasificar las diferentes manifestaciones humanas de acuerdo a una norma que pretende “mantener” el bien colectivo. Sin embargo, esta clasificación ha hecho caer a quienes no siguen este conjunto de normas en una espantosa marginalidad. El Ocultismo ha sido rechazado por muchos siglos, ha sido tachado de ser una práctica oscura que “atenta” contra las “leyes de Dios”; la creencia popular nos dice que las prácticas ocultistas son ritos paganos, aquelarres, sacrificios humanos, un sin número de especulaciones sin ninguna clase de fundamento. Tomando en cuenta la razón normalizadora que ha impregnado a las sociedades humanas a lo largo de la historia, el Ocultismo se podría definir como toda aquella manifestación tanto científica como religiosa que no se adapta a los estándares impuestos por una sociedad. Al estudiar las primeras manifestaciones científicas de la humanidad podemos darnos cuenta que son de índole ocultista El Ocultismo sobrevivió a todas las ideas de la Edad Media, y llegó a influir en los trabajos de muchos científicos del siglo XIX y XX. Se podría afirmar que las prácticas “ocultas” (aunque sabemos que no deberían ser llamadas de tal modo) han acompañado a la humanidad a lo largo de su historia.

Es dentro del marco de lo oculto que aparece una figura emblemática y misteriosa, un hombre considerado por unos como un santo y por otros como “el hombre más maligno del mundo” (Freedland, 1973). Aleister Crowley fue un intenso practicante de las “artes ocultas”, su vida la dedicó a escribir ensayos, teorías y poesías acerca de lo oculto, incursionó en el campo de la magia y estuvo involucrado en numerosas asociaciones de tipo masónicas. Crowley es una figura fundamental en el desarrollo del Ocultismo en el siglo XX: sus ideas fundaron toda una nueva escuela ocultista que perdura hasta el día de hoy. El legado del mal llamado “Mago Negro” ha sido insultado muchas veces debido a la incomprensión completa del mensaje que Crowley quiso divulgar. Aleister Crowley pasó su vida intentando unir la ciencia con la religión, cosa que muchos han considerado una tarea imposible.

El 12 de octubre de 1875 nació Edward Alexander Crowley, hijo de una acaudala pareja perteneciente a la comunidad cristiana “Los Hermanos de Plymouth”. Su padre había sido el dueño de una cervecería que la vendió para poder apoyar a su ministerio en obras de caridad; su madre fue una devota exigente que intentó disciplinar a su hijo de acuerdo a los estrictos valores de la moral cristiana. El niño Aleister desde pequeño empezó a dar señales de rebeldía, una vez quemó y despellejó vivo un gato sólo para demostrarle a su madre que estos animales no tenían nueve vidas. “Fue su madre quién comenzó a llamar al adolescente Aleister la Gran Bestia 666, por el monstruo blasfemo en el libro bíblico de la Revelación (13:1-6). Su desagrado se debía a la irreverencia religiosa precoz de Aleister y también a su propensión de acostarse con las criadas” (Freedland, 1973, p. 151).

Crowley empezaría su viaje hacia las artes ocultas al terminar la universidad. Él fue iniciado en la Orden de la Aurora Dorada, una sociedad inglesa oculta que había tenido por miembros reconocidos poetas y escritores como William Butler Yeats y Algernon Blackwood (Freedland, 1973). Allí Crowley trataría de tomar la dirección de la orden pero entraría en duelo con su líder S.L MacGregor Mathers. Al ser expulsado, Crowley seguiría su camino al fundar su propia sociedad, la Argentinum Astrum, para luego dirigir la orden alemana mágica sexual Ordo Templi Orientis. Sin embargo, el hecho más importante de la vida de Crowley fue su presunto contacto con un antiguo sacerdote egipcio; esto sucedió cuando estaba en El Cairo con su esposa Rose Kelly, ella sería poseída por la fuerza sobrenatural de Aiwass, quien le dictaría “El Libro de la Ley”, un manual que sería la guía para la nueva humanidad. De este libro se desprende la frase clave en la vida de Crowley: “No hay ley más allá de Haz lo que tú quieras” (Crowley, 1904/1998, p. 20).

Aleister Crowley continuaría su vida viajando alrededor del mundo. Iría a la India y a México para aprender viejas creencias ancestrales autóctonas de esos lugares. Seguiría escribiendo ensayos acerca de la magia y el Tarot, novelas con trasfondos ocultistas y libros de poemas. Moriría el 1 de diciembre de 1947 en un hospital siendo un adicto a la heroína. Diferentes fuentes difieren de cuáles fueron sus últimas palabras, se dice que dijo “Estoy perplejo” y también “a veces me odio a mí mismo”. Crowley dejaría así un legado difícil de superar.

Aleister Crowley era un mago; él trabajó esforzadamente en rituales y obras de índole mágica toda su vida. La magia, como actividad, siempre ha estado presente en toda la historia de la humanidad, “desde la prehistoria encontramos rastros de la actividad mágica, siendo notable el hecho de que la ciencia ha justamente fijado el momento de la aparición de la especie a partir del hallazgo de restos de ceremonias mágicas” (Fantoni, 1974, p. 13). También agrega Fauguet (citado en Fantoni, 1974, p. 13) que “el ser humano siempre ha tenido la vocación de creer en algo que no está probado, (…) siente la necesidad de aceptar alguna cosa en la que no se puede creer más que creyendo”. La actividad mágica debe comprenderse como una visión, un modo de pensamiento que tiene como objetivo la unión con el universo para lograr experimentar el poder de una fuerza espiritual externa que eleve la espiritualidad interior del individuo y con esto, controlar el mundo físico mediante acciones espirituales. Este tipo de actividad marcó el esquema conceptual que Crowley trataría de desarrollar en sus obras.

Los trabajos de Crowley fueron tachados innumerables veces de ser “satánicos”; incluso se decía que él era un mago negro. Esto contrasta con el hecho de que el Satanismo como religión se fundó hasta 1966 por Anton Szandor La Vey. Sin embargo, el satanismo no es, como se cree, un conjunto de rituales de adoración al diablo sino una religión que busca la satisfacción plena de los placeres carnales. El propio La Vey (citado en Freedland, 1973, p. 160) dice que “el satanismo es la adoración de la existencia, no una versión hipócrita, blanqueada de la vida, sino la existencia como es realmente, interesada en la satisfacción más amplia del ego en este plano de vida”. De hecho el satanismo no dicta una creencia en un dios, la mayoría de sus miembros son agnósticos o ateos. Crowley siempre negó toda relación con el satanismo y la magia negra, sobre esto él respondió:
“La magia negra no es un mito. Esta es una forma de magia totalmente no científica y emocional, pero obtiene resultados de una naturaleza temporalmente extrema. (…) Para practicar magia negra tienes que violar cada principio de la ciencia, decencia, e inteligencia. (…)He sido acusado de ser un "mago negro." No fueron hechas declaraciones más tontas acerca de mí. Yo (…) puedo difícilmente creer en la existencia de gente tan degradada e idiota como para practicarla”. (The Worst Man in the World, 1933)

Aleister Crowley siempre ejerció una enorme influencia en la cultura popular. Ejemplo de esto es que Winston Churchill lo llamó para que lo aconsejara durante la Segunda Guerra Mundial. Crowley siempre fue criticado, incluso después de su muerte, por el estrafalario modo de vida que llevaba: su defensa al consumo de fármacos y drogas y su promiscuidad sexual fueron puntos relevantes de sus detractores. Israel Regardie (citado en Freedland, 1973, p. 150), quien alguna vez fue discípulo de Crowley, afirmó que su antiguo maestro “fue ciertamente un hombre muy difícil de tratar, pero nada como el monstruo de maldad y depravación que presentó la prensa de albañal de su tiempo. Si tuviera que describirlo en una sola frase, diría que fue un hippie victoriano”. Y fue exactamente por estas características que la influencia de Crowley retomó fuerza en la década de los sesentas, The Beatles lo incluyeron en la portada de su álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, el guitarrista de Led Zeppelin, Jimmy Page, lo ha citado como una gran influencia; el cineasta Kenneth Anger se basó en sus ideas para concebir sus diferentes películas y subida ha sido retrata en canciones de cantantes como Ozzy Osbourne y Bruce Dickinson. Su legado abrió camino para que la magia y el ocultismo dejaran de ser consideradas como simple folclor.

Aleister Crowley sufrió en su niñez una cruel represión por parte de los valores religiosos de sus padres. Siempre mostró un carácter inquisitivo y rebelde, demostrándolo al incursionar en el campo de la magia y el ocultismo al terminar sus años en la universidad. Sus trabajos revolucionaron los esquemas ocultistas de su época. Sus trabajos reflejaron un interés de cambiar radicalmente el pensamiento que circulaba en su época. Sus obras siempre fueron tachadas de “satánicas” o de ser “magia negra”, pero el siempre lo negó. Murió siendo un adicto a la heroína en una época donde los prejuicios acerca de su vida lo habían marginalizado enormemente. Sin embargo, en la década de los sesentas sus obras retomaron popularidad entre los círculos hippies ya que sentían una identificación con las ideas que proponía en sus libros. Llegó a influir en los trabajos musicales de grandes músico de rock como The Beatles, Jimmy Page, Ozzy Osbourne y Bruce Dickinson; como también lo hizo en los trabajos de cineastas como Kenneth Anger.

Crowley fue un hombre que quiso revelarse contra los estrictos valores victorianos de su época. Quiso experimentar nuevos caminos para encontrar una espiritualidad que resultara satisfactoria con el individuo en vez de atormentarlo con una vida llena de pecados. Su objetivo de unir la ciencia con la religión marca un nuevo ideal que se vería reflejado en las posteriores teorías de Física Cuántica; su lema, que estaría presente en su revista The Equinox, fue “el método de la Ciencia, el objetivo de la Religión” y representaría su ideal en las obras que desarrolló. Su humor, ironía y pretensiones se ven reflejadas en lo que él siempre dijo: “Estuve en lucha a muerte conmigo: Dios y Satán pelearon por mi alma aquellas tres largas horas. Dios conquisto — ahora sólo me queda una duda — ¿cuál de los dos era Dios?” (Crowley, 1898/2008, p. 3).

jueves, 16 de septiembre de 2010

Sucedáneo de libertad


-¿Es cierto que venís de un país libre?- recuerdo que me preguntaste.

¿Cómo sería capaz de quitarte esa tonta ilusión? ¿Sería acaso yo tan despiadado de arrebatar una idea tan infeliz que inunda el corazón de mis compatriotas? Tenía que hacerlo. Había huido hace mucho de esa tierra; los recuerdos habían prácticamente desaparecido pero nunca dejaría de recordar porque me fui.

-No sé que será la libertad- te dije- pero estoy seguro que de donde vengo no la hay. En mi país vivimos de acuerdo a lo que las grandes potencias nos dictan, seguimos esas disposiciones sin preguntarnos nada, sin preguntarnos por qué lo hacemos, sin preguntarnos por qué los necesitamos a ellos. Muchas personas piensan que es lo correcto pero yo difiero de ellas. Muchas personas piensan que es algo inevitable, que se debe hacer, pero yo difiero de ellas. Muchas personas me llaman “revolucionario”, “descarriado”, “comunista”, cuando digo esto pero yo difiero de ellas. Mi himno reza: “Vivan siempre el trabajo y lo Paz”, debo confesar que lo detesto. ¿Por qué es importante el trabajo? Nunca entendí como trabajar toda la vida, hasta morir, puede tener algo de paz; es una vieja historia pero gracias a esa idea del “trabajo” fuimos y seremos explotados. En mi país estamos atados a la neurosis del dinero, cruel verdad. “Sos lo que tenés”, ese es el único precepto que se sigue; no hay humanidad ni mucho menos tolerancia, eso es para perdedores. Bajo la sombra de una cruz nos han estafado. Mucho dinero se ha perdido, la inocencia de muchos niños se ha tirado al caño y mis compatriotas siguen escuchando a esos criminales, todo porque se encuentran bajo la sombra de una cruz. Mi pueblo hace alarde de ser “pacífico” pero no encuentro nada “pacífico” el hecho de que se quiera votar si un grupo minoritario merece tener derechos. Nunca he conocido la paz pero pienso que eso es odio e ignorancia. En mi país celebramos la independencia porque nos dicen que lo hagamos, no nos ponemos a pensar si de verdad somos libres, creemos todo lo que nos dicen, es por eso que huí de allí. No sé qué será libertad pero si sé que mi país se encuentra sumido en la esclavitud, y el pueblo no lo sabe. La mayoría de las personas se molestan cuando digo esto; sin embargo es lo que siento.

Me miraste con esa sonrisa infinita y me besaste. Ese fue el único consuelo que pudo tener un exiliado costarricense que no soporta tomarse ese sucedáneo de libertad que le recetan cada 15 de septiembre.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Litio


“Me vi en medio de una selva oscura, fuera de todo camino recto.”
- Dante Alighieri


El tiempo es un ser vivo. No hay duda de ello. Cuando la lluvia cae inesperadamente, como un sigiloso invasor, se reviven esos momentos que habitan en el panteón de nuestra alma, renacen chillando de alegría, burlándose de nosotros mismos por pensar que nos habíamos librado de ellos para siempre. Los años habían esculpido esa casa con un depredador cincel, parecía un lugar en donde nunca había vivido, donde mis hijos no le habían gritado al vacío sus primeros llantos, donde mis nietos no habían reído hasta agotar sus reservas de lágrimas; ahora sólo quedaba una casa de dos pisos que se desnudaba ante el lóbrego sonido de la calle.

No podía olvidar aquella ilusión que brotaba espontáneamente cuando abría la puerta principal: parecía que el espacio era mutilado para abrirle campo a un gran salón, esta sensación fue la razón por la que nunca dejé de creer en hadas. Las dos salas contiguas al gran salón me zambulleron en los recuerdos de viejas fiestas donde el champán se colaba en nuestra sangre y nos entretenía con sus viejas pero usuales travesuras; sin embargo, me resultaba exasperante el color sepia de los fotogramas de la memoria. La reptil escalera me volvió a conducir a los cuartos donde mis hijos se habían entregado intempestivamente a Morfeo, todavía lograba percibir aquellos aromas de inocencia, flores que se habían eclipsado con la roja luna de agosto para no volver a aparecer. Definitivamente el olvido es un destructor de mundos que puede apagar mil soles. Aquella selva fue tragándose sus psicotrópicas nieblas para conducirme a un templo, a un altar: volví a descubrir la habitación que compartí por cuarenta y dos años con mi esposa. Las paredes no habían perdido la cálida palidez, sus dimensiones casi pitagóricas me recordaban una caja de pandora que había disfrutado sin remordimientos, nunca había tenido vergüenza y ese instante lo disfrutaría como se disfruta un orgasmo: con eternidad. Aquellas sensaciones de vanguardia volvieron a renacer. Súbitamente como un fénix.

Bajé las escaleras deslizándome de la misma manera que un pulpo lo hace con su presa. Pasé por aquel comedor donde cada navidad toda la familia llegaba a cenar; ya no recuerdo qué se celebraba en navidad pero daría todo lo que tengo para volver a celebrarla como en los viejos tiempos. Los fantasmas hechos con olores de estofados me excitaron el olfato cuando entré a la cocina: el recorrido empezaba a convertirse en una tortura, de esas que uno en el fondo disfruta. Y llegué al último cuarto de la casa, un pequeño sitio lleno de colores, colores que habían sido pintados por el pincel que mi nieto primogénito alguna vez blandió como un quijotesco caballero sobre lienzos perdidos en las costas olvidadas de la conciencia. Volví a ver cierta luz crepuscular que danzaba sobre los restos de una ventana, esos vidrios rotos sólo eran señales de aquello que no volvería jamás. Tenía que continuar mi viaje. Porque resulta difícil volver a nuestra casa después de una larga ausencia, resulta difícil encarar aquello que forjó lentamente nuestro aliento, resulta difícil estar muerto. Después de todo, es lo mismo contar del uno al diez que del dos al catorce.