domingo, 27 de junio de 2010

El Capitalismo no tiene quien le escriba


Transcurría un día como cualquiera en el impávido planeta. Miles de niños salían de trabajar después de una larga jornada en la maquila mientras otro millar de niños salía de la escuela en otro rincón del mundo, una madre lloraba al pie de la tumba de su hijo después de haber sido matado por robar algo que comer para llevar a casa mientras otra madre festejaba la graduación de su hijo en otro rincón del mundo (por supuesto), un ejecutivo de Wall Street se adjudicaba millones de dólares a su billetera mientras un constructor se preguntaba cómo mantendría a su familia después de haber sido despedido en otro rincón del mundo. El destino parecía burlarse de la humanidad al negarle la oportunidad de ver cómo el sol y la luna agonizaban en el paredón de fusilamiento de la penitenciaria de una corporación mundial, la vida se había convertido en una ilusión que sedaba al deseo y mataba de sed a la esperanza.

Miguel Cambronero había dedicado toda su vida a vender lotería en las calles de la ciudad, había observado cómo, poco a poco, el gris venció al azul del cielo para amenazar con ser un huésped eterno del gran hotel urbano. Su labor como voyeur citadino lo había dejado percatarse del modo en que los automóviles formaron su propia manada para ejercer la jefatura en la jungla del asfalto, lo había hecho testigo del modo en que el silencio fue embotellado para ser vendido en los anaqueles de un supermercado de gente adinerada y de cómo las personas olvidaron sonreír. Porque Miguel estaba sumergido en los escombros de una civilización pronta a extinguirse en donde el ambiente era atiborrado de rezos vacíos destinados a que un dios inexistente no los respondiera, la fe había sido obligada a prostituirse en una casa cural para garantizar su sobrevivencia y la sombra de un crucifijo roto se proyectaba al atardecer. Lo que más le preocupaba a este vendedor de lotería era que ya nadie le ofrecía una sonrisa desinteresada cuando vendía un pedacito de suerte, parecía que algo había poseído a la personas para no dejarlas ser quienes eran. Miraba cómo cada vez llegaban más personas a la casa de empeño, que estaba a la par de su puesto, para cambiar pertenencias por billetes con la cara impresa de un hombre o una mujer que él nunca llegaría a conocer, siempre intentaba encontrar la razón de por que algo tan insignificante como un papel verde era el eje en que rotaba el mundo.

Otro día como cualquiera Miguel se levantó cuando el sol ya jugueteaba con los cadáveres de las gotas del rocío y empezó a sentir una sensación poco común. Era similar a un ataque de euforia combinado con el frío estupor de un infante cuando nace y el dulce estrépito de un beso inesperado, en ese momento profirió una palabra de cinco letras superior a cualquier pentagrama de un rito esotérico para revivir a un demonio mesopotámico, Miguel dijo Basta. Decidió instalarse al frente de la Plaza Capital con un letrero que llevaba pintado ese voto tan fuerte y poderoso que había declamado, los transeúntes pasaban con indiferencia a la par del viejo porque temían que su locura fuera uno de esos virus que son titulares en los noticieros. Un día la vieja plaza se transformó en la residencia de cientos de personas que llevaban carteles similares a los de Miguel, el pobre hombre no entendía lo que pasaba, ignoraba que era conocido en muchos países producto de una foto publicada en un sitio web, su rostro salía en los periódicos de todo el mundo, la gente sólo hablaba del hombre que pernoctaba en el frío lecho de la intemperie mientras sostenía un letrero, se había convertido en una celebridad de la llamada “Aldea Global”. Él había comenzado algo grande sin embargo nunca dejó de sostener su cartel.

La luz tenue de la habitación era eclipsada por el sudor y la pena de los ocho hombres que estaban en un círculo dentro de ella. Eran almas de altos ejecutivos que estaban destinadas a sucumbir pronto, parecía mentira que una revolución se hubiera labrado a raíz de un cualquiera con un tonto cartel, porque el mundo había condenado al capitalismo y quería deshacerse de quienes lo promovieron con tanto ahínco. Allí estaban los ocho elegidos protagonizando los tortuosos lamentos del juego de la ruleta rusa, una pistola con siete balas, el que sobreviviera se le exhibiría como un delincuente y sería inmortalizado en los libros de historia como “el hombre más cruel que hubiese existido”. Le tocó el turno al primero, cogió la fría pistola de plata y la observó como quien observa un abismo dantesco sin fin, “Allá los espero” recitó antes de jalar el gatillo y que sus sesos volaran como vuela un pajarillo por primera vez. Los hombres comenzaron a llorar, la situación evocaba la escena de un vodevil: altos jerarcas de grandes empresas que ahora parecían recién nacidos, en otros tiempos nadie se hubiera imaginado eso. El segundo tomó el arma, vaciló antes de sentenciar su fin por lo que el disparo le atravesó sólo una parte de la cabeza, agonizó por cuatro horas, sus gritos eran como martillos que clavaban veneno de cobra en los corazones de aquellos que esperaban su turno. El tercero se limitó a llenarse su boca de plomo para evitar el destino (si es que le podemos llamar así) de su compañero. La pistola le parecía como un puente que no podía cruzar, no entendía la razón de matarse con aquellos, que alguna vez trabajaron con él en una habitación, Barack Obama recordaba el día en que llegó a presidir un imperio cuando pensaba en jalar el gatillo, no había sido su culpa que los intereses se interpusieran en su labor, no le parecía justo. Ante él yacían los cuerpos de dos antecesores suyos y del presidente del Banco Mundial, la barbarie de la humanidad acabaría con un juego macabro que prometía devolver la felicidad al mundo, sin embargo seguía sin entenderlo. ¿Por qué estaba metido en una situación tan absurda? ¿Se lo merecía? ¿Acaso nuca luchó por cambiar las cosas? ¿Por qué tenía que ser tratado como un desalmado que viola a una niñita? ¿Por qué nunca renunció cuando pudo? En esos momentos sus hijos deberían de estar odiando a todos aquellos que lo obligaron a matarse, no tenía caso, si no lo hacía alguien más lo haría por él. Como tirándose al vacío disparó contra su ser. Pero Barack Obama ignoró que la justicia no es ciega, sólo tiene los ojos vendados para dejar que muchas cosas sucedan.

Miguel Cambronero despertó en medio de una multitud, no entendía que estaba haciendo tanta gente allí. Decidió tomar las pocas pertenencias que había llevado a la plaza e irse a su casa. Al amanecer nadie sabía del paradero de aquel viejo tan valiente, sólo quedaba el letrero que, hasta ese momento, no había soltado. Un hombre, que llevaba puesta una camisa con la cara de Miguel estampada, gritaba que seguro aquel valiente hombre debería de andar luchando por otra causa, nadie nunca entendió porque el propulsor de una revolución que acabó con una enfermedad que venía enfermando las mentes de los hombres decidió dejar su puesto. Nunca nadie lo entendió. ¡Qué va a estar sabiendo lo que significa capitalismo un viejo analfabeta!

domingo, 6 de junio de 2010

Antes de quemar un recuerdo


Las palabras son universos enteros que conjugan imágenes, sensaciones y espacios. Su poder creador es comparable al de una deidad ya que han sido las encargadas de construir los deseos humanos más sublimes, de sustentar las imaginaciones más vastas y de perpetuar la existencia del hombre en el mundo. Una sola palabra puede superar el trabajo de cualquier arquitecto, sus cimientos son más sólidos que cualquier material, forma estructuras que perdurarán siglos, y sus composiciones seducen a la eternidad para robarle un rincón dentro de sus entrañas. El poder de una palabra no se puede comparar con el de cualquier líder político o religioso, debido a que se burla del tiempo y juega con las estrellas a crear y cambiar mundos, el poder de la palabra reside en el instinto humano del deseo. Necesito aclarar que debo utilizar palabras para que sean el medio por el cual pueda quemar un recuerdo que ha estado destruyendo mi interior desde hace mucho, necesito exorcizar de mi alma las, ya lejanas, experiencias que experimenté por trece largos años en un burdo centro penitenciario que se atreve a llevar el nombre de “colegio”, quiero olvidar esa patética etapa de mi vida para siempre.

Un centro educativo debe ser el medio que garantice el desarrollo de cualquier sociedad (señal que muestra la decadencia de nuestra sociedad) pero cuando un elemento religioso se inmiscuye en él, el carácter educativo es forzosamente reemplazado por el adoctrinamiento del estudiantado. Como siempre, la religión es tan sólo una herramienta para ganar súbditos que propicien los intereses económicos de cierto grupo. Mi mayor vergüenza es decir que estudie en un colegio de esta calaña, donde se presumía de “excelencia académica”, olvidando que todo sistema educativo debe tener bases humanistas – y no religiosas- para que pueda ostentar el título de “excelente” o por lo menos de “preciso”. Me duele recordar como desperdicié un largo periodo de tiempo en un lugar donde se trata de esconder la verdad y reemplazarla por doctrinas falsas y huecas. Ya lo recuerda García Márquez haberlo leído de George Bernard Shaw: “desde muy pequeño tuve que dejar mi educación para ir a la escuela”.

La educación y la religión son elementos inmiscibles, pero esto parece no importar cuando un grupo quiere sacar ventajas económicas de la ignorancia del pueblo, no quiero contar las mentiras que me fueron dichas desde pequeño porque sé que llegan a una cifra de más de seis ceros. Mi colegio era administrado por una especie de “fraternidad” que había sido fundada por un visionario que había querido cambiar el punto de vista pedagógico de la época en que vivió, siendo esta visión tergiversada hace mucho tiempo por valores religiosos que sólo buscan el adiestramiento de seres humanos, mi educación consistió en seguir un sistema moral católico muy cuestionado y obsoleto (por dicha que ofrecí resistencia a seguirlo).

Algunos profesores empleados por este centro parecían que se mofaban del buen gusto hasta llegar al punto de que un viejo maloliente, estúpido y sin ningún tipo de autoridad criticaba la magna obra de Nietzsche y lo dejaba como un loco cualquiera, después de todo el loco era él ya que sólo alguien con algún tipo de daño cerebral puede proclamar tal idiotez. Debo mostrar mi agradecimiento a varios profesores que no quisieron seguir el “molde” y se dedicaron a darme una verdadera educación, esta gratificante disposición la veo reflejada en que uno de esos profesores fue elegido para desempeñar un gran puesto en una Institución de Educación Superior, le deseo lo mejor. La doctrina, a la que fui expuesto, promueve el odio hacia la propia raza humana ya que los principios de la moral cristiana, que eran enseñados como axiomas (gran carcajada), parecen sacados de un resentimiento inexplicable capaz de llevar discordia y enojo. Debo mencionar la visión unidireccional que este centro impartía: una única religión, una única salvación, una única filosofía, un único modo de vida, después de todo en cada clase había una imagen de un hombre que es imposible demostrar que verdaderamente existió. Estudié en un sistema educativo que estaba basado en un libro lleno de incongruencias, en las enseñanzas de un señor que no es posible comprobar su existencia históricamente y en las palabras tergiversadas de un desconocido fundador. ¿Es eso educación? ¡Mis cojones!

Tengo que subrayar el hecho de que en ese zoológico de naranjas mecánicas conocí a mis amigos del alma y también a compañeros que los recordaré toda mi vida, conocí a muchas personas de gran corazón pero lamentablemente la población estudiantil parece el ganado que espera su muerte en un matadero, están allí sin darse cuenta de que están siendo “amansados” para formar parte de un sistema que pretende crear seres autómatas que sigan sólo un modo de vida. Es de suma importancia notar que toda persona que disfrute ser educada en ese centro tiene problemas mentales, debería ser encerrada en el sanatorio de mayor seguridad que exista, no sé porque es tan difícil que un estudiante de allí abra los ojos y vea la realidad, cada quien labra su destino y parece que ser un robot sin alma es lo que está de moda.

Esa “institución” da la impresión de que “apoya el arte” (en este momento un fuerte deseo vomitivo invadió mi cuerpo) pero es esto una falacia tan grande como toda su ideología, las expresiones artísticas en ese centro son censuradas, “adaptadas” para los “padres de familia” (todo ser que permita la limitación del arte es un criminal), todo tiene que ser “aprobado” para que pueda realizarse. Esta es una fría señal de ignorancia hacia el arte, no comprenden que el arte es un medio para la elevación del alma humana, el humano se conecta consigo mismo cuando presencia una expresión artística, no quieren que el estudiantado sienta lo bello del arte ya que resulta peligroso debido a que este impulsa el pensamiento, y todo ser que ejecute una operación intelectual competente no puede soportar tal aberración. Sentí, en carne propia, como mis trabajos eran censurados, como se quebrantaba la libertad que todo artista debe amar, tuve que callar muchas veces porque no pensaba igual a las autoridades, observé como torturaban a los artistas. Así que allí no se apoya el arte, se promueve su muerte.

Ya es hora de que olvide esa experiencia traumática que fue el colegio, solo mantendré en mi memoria esos momentos que siempre estarán dentro de mi alma: las diabluras que hice con mis amigos, esas risas que nunca volverán jamás, las bromas que provocaban una sonrisa que se burlaba de la eternidad, ese viento que escupía nuestros rostros en los tiempos libres. Dice Fernando Contreras que “la memoria es una ramificación”, por eso decido cortar esas ásperas ramas que ocultan la intención de un adoctrinamiento católico nefasto. Renuncio a toda esa mitología católica que me intentaron enseñar, soy un hombre libre y creo en lo que quiero, me despido para siempre de esos pupitres que encerraron mi conciencia en prisiones de falsos ídolos. Albert Einstein decía que “educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela”, por eso me preparo para seguir un nuevo camino donde las baldosas están hechas de conocimiento. Olvidaré para siempre esos intentos de acabar con mi libertad, las intenciones para acabar con mi buen entendimiento, los múltiples intentos de asesinato del arte, los intentos de defender una doctrina basada en el odio, el rencor y el capital, ¡Hasta nunca usurpadores de la cultura! Au Revoir.