jueves, 21 de octubre de 2010

Fuegos extintos


“Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo.”- Julio Cortázar

Ese día el sol se negó a salir. Las alarmas de los relojes sonaron su espantoso alarido como era habitual, el agua de las duchas caía sobre cuerpos inertes que se preparaban para ir a trabajar o al colegio; fue hasta la hora del desayuno cuando toda la ciudad se percató de la notable ausencia. Nadie supo si fue por pura rebeldía o porque había caducado su contrato, pero simplemente el preciado astro desapareció.

Las luces huérfanas de las calles le daban a la ciudad un tono dantesco, iluminaban el rápido pasar de algunos peatones que se habían aventurado a caminar ese día como luciérnagas que claman por una pronta muerte. El virus de la penumbra infectaba cada rincón del circo urbano; sin ninguna vacuna que lo amenazara, corría libre por las alcantarillas contagiándolo todo. Aquel ambiente primigenio infundía horror y ansiedad: era como si el inconsciente de la sociedad surgiera súbitamente sin ninguna barrera. Los borrachos de los parques fueron los únicos que disfrutaron este incidente: con ayuda de unos cuantos litros de vodka despegaron al espacio sideral a buscar al sol.

Nadie trabajó ese día. Los telenoticieros empezaron a dedicar todo su espacio al tema y sucedió lo inimaginable: se omitieron los anuncios comerciales para seguir cubriendo el evento. Unos científicos del Centro de Ciencias Nacionales se arrancaban el pelo porque no entendían el fenómeno: nunca nadie hubiera apostado que esto ocurriría. El puntual discurso de la presidenta no tardó mucho en aparecer: ella proclamaba que el pueblo no debía de dejar de trabajar; que de lo contrario, el país se hundiría en una seria crisis. Por primera vez en la historia, nadie la escuchó. El sólo hecho de salir de la casa y encontrar un cielo vacío parecía sacado de una olvidada película de Kubrick.

Sin sol, el mundo estaba condenado. Los gobiernos empezaron a preparar fuertes continentes militares para prepararse ante lo que vendría: la histeria colectiva. Era cuestión de horas para que las personas se empezaran a percatar de lo difícil que sería sobrevivir de ahora en adelante. La caja de Pandora se había abierto, era cierto; sin embargo, los altos funcionarios olvidaban que en el mundo hay más pobres que balas.

Al otro lado del hemisferio, el pequeño Alfonso Silva dormía. Se despertó sobresaltado y observó la oscuridad del cielo desde la ventana de su cuarto. Sintió la gran inmensidad de la noche, la siniestra luz de la estrellas, el dulce aroma del infinito. Se volvió a dormir. Se durmió sin saber que esa noche nunca acabaría.

viernes, 15 de octubre de 2010

Instrucciones para debatir con un cristiano


Resulta un importante menester de la vida estar preparado para enfrentarse con un cristiano. Por si no los conocen, los cristianos son seres pequeñitos que andan caminando por la calle casi desapercibidos, generalmente habitan en cuevas y pueden llegar a ser muy agresivos; ellos siguen una ideología que puede resultar un poco confusa para algunos pero esto no impide que la lleguen a defender con su propia vida. Algunos llevan colgado del cuello un collar con un singular amuleto, su forma es de cruz, esto se debe a que siguen las enseñanzas dictadas por un tipo rebelde (lo más probable es que haya sido comunista) que, según dicen, vivió en Galilea hace un tiempo atrás. Este hombre era hijo de Dios, una deidad muy similar a un niño malcriado de 3 años. Los cristianos se congregan cada cierto periodo de tiempo en una “iglesia”; una “iglesia” es un edificio donde los participantes se sientan a escuchar los gritos que prolifera un miembro del grupo conocido como “sacerdote” o “pastor” (existen diversas formas de llamar a este miembro). El sacerdote/pastor será el encargado de conducir un rito que termina, generalmente, con la ingesta de un pan blanco en forma de testículo o con una canción estridente (los resultados varían según los diferentes grupos). Los cristianos llaman a su movimiento “religión”; este concepto, del tiempo de nuestros abuelos, era usado para denominar a un grupo de adolescentes consumidores de alucinógenos.

Me di la labor de escribir este manual debido a que, hace unos días, me encontré debatiendo con una persona de esta secta. Me pareció un encuentro muy divertido, no lo puedo negar, pero este tipo de enfrentamientos pueden llegar a acabar en una situación desastrosa si no se está preparado. Por eso propongo estudiar más a fondo las características de estos individuos para analizar cómo se debe actuar cuando se nos presentan estas situaciones.

El cristiano es un ser extremadamente prejuicioso, todo lo que no conoce lo condenará sin piedad. Estos individuos creen que después de la muerte vamos a un lugar de acuerdo a las acciones de nuestra vida pasada: el cielo o el infierno. Para ir al cielo, dicen ellos, se debe sufrir en la vida, no hacer nada divertido y no pensar mucho; los que no hagan esto se irán al infierno, un tipo de sauna gigante (no he entendido estos conceptos muy bien, por eso le ruego a mi ilustre lector que me disculpe). A esto se le suma una ecuación muy difícil de entender: PARA IR AL CIELO SE TIENE QUE CREER EN ÉL, EL QUE NO LO HACE SE IRÁ AL INFIERNO. Reitero que esto es muy confuso. Todo esto se basa en un libro que llaman “La Biblia”, su mitología afirma que fue escrito por el mismo Creador del mundo; sin embargo, dudo mucho que Dios tenga faltas ortográficas.

Se debe considerar una extraña contradicción en la que la mayoría de estor seres viven: piensan que el éxito económico se encuentra asociado con una bendición divina. Esto no es acorde con el status de pobreza que tenía el fundador de este grupo. Creen, además, que la humanidad es esclava de Dios ya que Él nos compró: "Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo" (1 Corintios 6:20).Por esto los hombres y la mujeres deben pagar esa deuda toda su vida. No sabría decir cuál fue la suma por la que Dios compró la humanidad, pero parece que fue grande debido al gran fervor que tienen los cristianos por esto. Sé que esto resulta fascinante y, a la vez, difícil de creer, no vayan a pensar que es una historia de fantasía para dormir a un niño; los invito a buscar un cristiano en la calle, aveces resulta una difícil tarea debido a que no les agrada mucho la luz del día, por lo que casi siempre salen de sus madrigueras por las noches.

Debo advertir que esta parte del manual es la más enigmática de todas. Lo que escribiré a continuación no es sino la transcripción de observaciones que realicé por un año en una colonia cristiana: el cristiano odia el placer, lo asocia con el mal. Por muy increíble que parezca esto, estas personas sienten un inusual remordimiento cuando están felices, creen que es algo llamado “pecado”. Basado en lo que observé, para ellos casi todo en la vida es pecado, una curiosa necesidad de sentirse mal siempre; lo podría definir como un acto que, sin ninguna razón, es considerado malévolo por las autoridades de esta secta. Es por esto que los “pecados” son seriamente censurados cuando alguien comete alguno.

A la hora de debatir con un cristiano, se debe tener en cuenta que este siempre utilizara la “fe”. La “fe” es como un truco de magia, hace que esa persona tenga razón en todo lo que diga y es un principio ordenador del mundo. Me voy a explicar: la “fe” será la explicación que el cristiano le dará a la cosas imposibles, inexistentes o que no comprende. Por eso se debe estar preparado; esto hará que la discusión resulte obstinada y los inexpertos terminaran dejándola.

Otro aspecto muy importante que nunca se debe olvidar es el complejo de superioridad cristiano. Estas personas siempre se creerán mejores que sus interlocutores, por lo que no es raro que terminen enviando a toda la humanidad al infierno cuando escuchan una idea que no comparten. Se debe ser cauteloso ya que en este momento de la discusión, se creara la ilusión de que se está perdiendo el control.

La discusión con un cristiano tendrá cuatro fases que se explicarán a continuación:
1.La bienvenida: al escuchar ideas u opiniones que no comparte, el cristiano empezará a debatir, utilizará el concepto de fe.
2.La piedra: el cristiano sacará a la luz su complejo de superioridad, empezará a condenar a quien lo discute. Para este momento, la otra persona no habrá podido exponer sus ideas.
3.La cruz invertida: es el momento crucial de la discusión, cuando la persona no-cristiana expone sus argumentos, empezará a sentir una sensación de ahogo. Casi siempre las discusiones terminan en esta etapa debido a que no se llega a comprender por qué el cristiano dice lo que dice y podría pensarse que es una broma de mal gusto.
4.El final: Por lo general el cristiano se creerá vencedor de la discusión. Se debe saber que este sentimiento es un canalizador de la insatisfacción de la vida cristiana. Lo recomendable es alejarse de él lo más rápido posible y dejarlo solo.

Las discusiones con los cristianos podrían ser consideradas deportes extremos. Lo que recomiendo es ser siempre paciente con estos seres. Conociendo lo que es un cristiano, nos daremos cuenta que, muchas veces, discutir con ellos será inútil. Sólo debemos comprender que son seres inferiores sin el debido desarrollo de masa cerebral. Imaginémoslos como si fueran mascotas: sólo se les debe sonreír para que no ladren y puedan mover su cola. Quiero resaltar que debatir con esta clase de personas puede resultar muy jocoso, aunque en estos tiempos aveces resulte difícil encontrar cristianos.

Espero que estas instrucciones sean seguidas al pie de la letra si se llega a presentar la situación de debatir con un cristiano. Sé que es difícil de creer, pero estas personas sí existen. Nunca se debe olvidar que los cristianos son muy contagiosos; por eso después de una discusión es obligatorio tomar un baño de agua caliente para eliminar los gérmenes y las bacterias.

domingo, 3 de octubre de 2010

El vals de Mefisto


“A mi juicio, no hay cosa más digna de compasión en este mundo que la incapacidad de la mente humana para poner en relación su contenido.”- H.P. Lovecraft.

El sonido de la puerta cerrándose dejó un eco que se negaba a morir. Me tomó por sorpresa cuando ella entró; en estos días la policía se encargaba de los vicios de las calles, mi negocio parecía acabarse hasta que su visita le dio un último respiro. Su cabello rubio, sus ojos de fuego, sus labios de almendra, su sombra; todo me recordaba la bella y prohibida manzana que alguna vez ultrajó el paraíso: pero todos tenemos algo de serpiente.

Su voz provocaba inocentes torbellinos con el humo de mi cigarro, parecía que tomaban formas ancestrales, conspirando con el destino; yo nada más escuchaba. Su caso era singular; sin embargo, me recordaba el sentimiento de adrenalina que sólo un matrimonio fallido puede tener. La tenue luz de mi escritorio hacía que la señora Johnson se viera más grande de lo que era, como esas musas ya olvidadas por las copas de whiskey de algún bar.

Scarlett (insistió que la llamara por su nombre, no me pude negar) había encontrado a su marido mutilado en su biblioteca, encima de un pentagrama invertido dibujado sobre el suelo. La policía había atribuido el suceso a una crisis depresiva, pero no lo era. Ella lo sabía, lo sentía, casi que podía escuchar los alaridos de su esposo al ser asesinado; ella lo sabía.

Sus lágrimas brotaban de sus ojos como océanos que no soportaban tener dueño y parecía que danzaban con el viento al convertirse en una masa salobre en sus mejillas. El señor Johnson había sido víctima de algún extraño culto, era indudable, pero nadie lograba comprender cómo habían entrado a un lujoso barrio de Los Ángeles; esto sucede cuando sueltan a los locos y a los ricos. Ella me insistía en resolver el caso. No podía prometerlo pero le juré hacerlo; es curioso todo lo que uno hace con vino en la sangre y una mujer al frente.

El reloj destronó el silencio que intentó someter la habitación después de que Scarlett se fue. Sabía dónde empezar: los rumores decían que en el Mefisto’s Bar se reunían la clase de lunáticos que podían cometer tal crimen. Tomé mi chaqueta y mis llaves del carro, apagué mi cigarro y me fui… de vuelta a la cazaría.

No dejaría de recordar el perfume de Scarlett, su olor incendiaba mi olfato y no lo dejaba percibir otra cosa. Tenía que atrapar al bastardo que cometió el atroz crimen para luego realizar mi plan. Un detective no hace nada gratis.

La luz del semáforo. La sonrisa de la noche. Un acelerador enseñándole a un alma cómo vivir.

El aspecto del Mefisto’s Bar me recordaba una película de Béla Lugosi, de esas que se robaban nuestros sueños cuando éramos niños y los reemplazaban por frías pesadillas. No sé cómo acabara esto pero escucho un vals en mi cabeza. Un vals que marca la necesidad de una viuda y de un viejo detective.